Gipsy 1927 un Gin con nombre de barco

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Gipsy 1927 un Gin con nombre de barco

Gipsy 1927: la ginebra con nombre de un barco espía en la guerra civil que busca salvar la vela clásica

En 1927 salía del astillero gaditano Echevarrieta y Larrinaga -de uso eminentemente militar, el Gipsy- una auténtica joya del pasado marítimo español. Un pequeño velero de 11,90 metros de eslora cuyo número de construcción fue el 16, justo el siguiente al del famoso buque escuela Juan Sebastian Elcano. Costó 80.000 pesetas de la época y fue construido para su uso personal por Don Horacio Echevarrieta, dueño del astillero. Botado con el nombre de ‘Marichu’, en honor a una hija fallecida del magnate vizcaíno el año anterior, fue un avanzado a su época.

Disponía de motor y de radio, cosa poco frecuente entonces. De hecho, aquella radio fue lo que acabó convertiéndolo en un barco espía durante la guerra civil española. En 1936 pasó a engrosar las filas del servicio de inteligencia del general Mola disfrazado de inocente yate de recreo inglés. Su objetivo, como el de todos los del bando nacional, era interceptar y hundir los barcos mercantes entre los puertos del sur de Francia y los españoles de la zona republicana. Como recuerdo imborrable de aquella época aún conserva en sus palos los restos de metralla.

 

 

En 1951, tras pasar por varias manos y ser rebautizado como Gipsy, vagabundo en inglés, lo compró el padre de Ricardo Rubio, apodado ‘Petete’, y actual armador del velero. “Lo compró porque le gustó y, sobre todo, porque tenía motor”, recuerda. Entonces nadie de su familia conocía la gran historia que escondía el velero y de la que se enterarían años después. Igual que también descubrieron que durante la guerra había navegado a bordo de él Josep Pla, el prosista más importante de la literatura catalana, que hacía de enlace entre el barco y sus apoyos en tierra.

Desde que tiene uso de razón, ‘Petete’ ha navegado a bordo de él. Es parte de su vida y de la historia de su familia. Como la suya hay muchas otras historias de barcos de vela clásicos que se están perdiendo con el paso de unas generaciones a otras. “Barco que se pierde, barco que es insustituible. El arte de navegar por el arte de navegar está desapareciendo. Estos barcos tienen muy pocas ayudas. Por ejemplo, el Gipsy o el Hispania no tienen ninguna, hay que hacer todas las maniobras a mano. Para cazar la vela mayor del primero hacen falta cuatro personas; en el caso del segundo, 15”, explica.

Costoso mantenimiento

Su mantenimiento y conservación anual también es más costoso que el de los barcos de fibra de carbono. El ‘Gipsy’ requiere unos 25.000 euros, mientras que el ‘Hispania’, una embarcación top de 1909, unos 150.000. Y todo ello sin contar con los gastos de las regatas. “Son auténticas joyas náuticas pero, si no se cuidan, acabarán desapareciendo. Eran los Fórmula 1 del mar en su época”, recuerda ‘Petete’.

Para que eso no suceda en plena moda y fiebre por los barcos voladores con foils -pequeños apéndices que les permiten navegar a grandes velocidades sin que los cascos toquen la superficie del agua- un grupo de navegantes del ‘Gipsy’, ‘Giraldilla’ (1963) e ‘Hispania’ crearon la marca comercial Gipsy 1927. “Nuestro objetivo es apoyar la conservación de la vela clásica en España y con los beneficios ayudar a estos barcos a salir a flote”, explica Eduardo Lacave, director general de la empresa y uno de los ideólogos, junto a Petete, de la creación de la ginebra que lleva el nombre del barco.

 

¿Y por qué esta bebida y no otro producto? “El gin tonic siempre ha sido una bebida tradicional marinera, antes de que empezara la moda en España”, explica Lacave. “Hace años, un día llegando al puerto de Tarragona no había viento y el Gipsy no avanzaba. Cuando fueron a encender el motor no había gasoil y decidieron echar todos los líquidos que había a bordo, salvo la ginebra. Esa era sagrada“, recuerda entre risas ‘Petete’, quien además de armador del Gipsy es el CEO de la marca comercial.

Historia de España

La Gipsy 1927 se elabora en una destilería con 200 años de historia del Puerto de Santa María y que, curiosamente, fue proveedora del astillero en el que se fabricó el barco. El proceso es totalmente artesanal, con alambiques centenarios de cobre, manteniendo la esencia como ellos quieren mantener la de la vela. Desde que se empezó a vender en marzo del año pasado, se han producido 10.000 botellas y están en pleno proceso de expansión en bares, hoteles y restaurantes de Andalucía, Madrid, Cantabria, Baleares, Barcelona y A Coruña. En el resto de España se puede adquirir, por ahora, a través de su página web.

 

La empresa, que cuenta con 120 accionistas con aportaciones de entre 1.000 y 15.000 euros, ha creado la Fundación Vela Clásica de España para que estas joyas marítimas sigan a flote muchos años más y evitar así que se pierda parte de nuestra historia.

Artículo redactado por la revista Marca

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